La noche previa al día en que
dejó entrar a la muerte en su vida, escribió la dolorosa carta que le fue
encontrada en su mano izquierda.
Esa noche de abril se sentó a
escribir atropelladamente miles de palabras que iban construyendo líneas,
convertidas en frases cada una más dolorosa que la anterior; al fin y al cabo,
era una carta a un hijo ausente.
"Fuiste pensado, soñado y
anhelado. Hoy estás lejos de mí y sabes que me duele, porque quiero tenerte
aquí, abrazarte, besarte y decirte cuánto te amo… En este momento estás tan
lejos que me duele el alma y me tiene destrozado el corazón, pero quiero que
sepas que fuiste el producto de un amor dado y de un deseo enorme porque
existieras… porque fuiste proyectado para este momento de mi vida”.
Palabra a palabra iba dejando el
alma, desparramaba sentimientos, el corazón se rompía y en la cabeza se
atropellaban las frases que iban construyendo una carta a quien apenas estaba
en sus primeros meses de gestación, pero que ya era ausente. Se le nublaba la
vista con lágrimas.
“Le pido a Dios con fe, la misma
que hoy tengo refundida por el dolor y la angustia de una oración hasta ahora
no respondida, que me permita tenerte ya, ahora mismo, porque no hallo el
momento en que abrazarte y mimarte sean mi razón de ser”.
Respiraba profundo y expulsaba el
aire por su boca con rapidez. Era una técnica que aprendió para los momentos de
crisis, 30 segundos eran suficientes para recuperarse y volver a la palabra
escrita.
“No desmayaré hasta tener la
posibilidad de tenerte a mi lado… Nadie, salvo el Creador del mundo te
arrancará de mi existencia, porque hoy te valoro a pesar de la ausencia… No sé cuánto tiempo Dios me tenga en este
mundo, pero espero que cada minuto a tu lado sea disfrutado como si fuera el
último… para que al final del camino te sientas orgulloso de un padre que te
amó desde el momento que supo que existías”.
Después de un “Te
amo. Te extraño. Te espero. Tu padre”, le puso punto final a la carta.
Aquella última noche se dedicó a leerla una y otra vez, repasaba frase a frase.
Cerraba los ojos de vez en cuando y volvía al ejercicio de respiración para
sobreponerse.
Cada minuto era más difícil, se
preguntó si acaso ser feliz es estar lejos de quien se ama, de quien se soñó y
se planeó como extensión de su vida.
Noches enteras luchó contra el demonio de la sinrazón, aquel que le
había arrebatado la prolongación de su existencia.
Esa noche la ausencia recorrió su
cuerpo como cuando la muerte camina hacia su próxima víctima. Los eternos días
de ese abril agudizaron la agonía por la ausencia.
Días antes había tenido un
acercamiento con la muerte. Caminó tantas veces por aquella cornisa, que le era
familiar el vacío al que quería saltar. Sin embargo, aplazó la decisión.
Al amanecer, escuchó los pasos
cerca, el corazón se aceleró, una sonrisa se dibujo en su rostro, esperaba con
ansiedad la muerte, así que le abrió la puerta y se entregó voluntariamente a
los brazos de quien quita la vida.
Murió sin haber superado la
ausencia, pero había hecho lo imposible por disfrutar su presencia.
El sol entraba por la ventana de
su habitación mientras el hedor se acumulaba después de cinco lunas en que
apareció la muerte para mitigar su dolor.
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