sábado, 28 de marzo de 2015

No pudo morir de viejo

El violín comenzó a sonar, a mi mente llegó que sucedió el seis de septiembre de 2008 y se abrieron las compuertas de mis ojos.

Las lágrimas no cesaban y, en la memoria, los acontecimientos del final de la vida de mi padre se entrelazaban en segundos. Se cumplían treinta y ocho  meses de su muerte y el deseo porque ese momento le llegara con la vejez se vio frustrado por el cáncer de estómago y la voluntad de Dios.

Las notas musicales seguían sonando, pensaba: “mi papá murió”, mientras su imagen permanecía fija en la mente. El desenlace se produjo tres meses y catorce días después que le fuera detectada la mortal enfermedad. Casi con precisión milimétrica los médicos habían advertido sobre la consecuencia de ese mal que había avanzado silenciosamente y solo un milagro podría revertir su final.

No entendí por qué recordé el día de su muerte. Más temprano, en la mañana, como lo había hecho todos los domingos (salvo en tres ocasiones por fuerza mayor) fui a visitar su tumba y no había tenido ese efecto.

No sabía si reclamar nuevamente la razón exacta de ese desenlace, lo había hecho antes sin una respuesta definitiva y creo que nunca la habrá porque siempre aparecerá la única sobre la cual no se puede discutir: simplemente fue la voluntad de Dios.

Transcurrieron más de quince minutos y el recuerdo enjuagado en las gotas que caían por mis mejillas acompañaron ese momento que no entendí, pero era mejor dejarlo fluir porque hacía parte de un dolor que no había podido superar. Trataba de entender cada instante que transcurrió desde ese veintitrés de mayo cuando los médicos entregaron los resultados de los exámenes que dejaban ver la magnitud del cáncer de estómago.

Fueron ciento seis días de un vértigo absurdo. Acompañarlo a sus citas médicas y verlo con el ánimo de ganar esta batalla contrastaba con una verdad que yo conocía de antemano porque, el final de su existencia, llegaría en un tiempo que los especialistas habían calculado con excesiva e inquietante precisión.

Siempre guardé la esperanza que ese tiempo médico fuera aniquilado por la fe de quienes a diario elevábamos una oración. La batalla la ganó la lógica de un desenlace producto de la tardía detección de su enfermedad. Cada día se iba yendo más y la incapacidad por revertir ese futuro cercano hacía de cada jornada un escenario de cuestionamientos que nunca tuvieron respuesta.

Resultaría interminable traer a la memoria los hechos más relevantes de ese período de angustia que quedaron pegados en mi vida. Sus últimos días fueron la máxima expresión de sufrimiento, que muchas veces debió ser disimulado para que su fe, aún viva, le hiciera pensar que un pronto adiós se podía diluir en el tiempo, el suficiente que le permitiera cumplir su sueño: morir de viejo.

El dolor que sentí hoy fue tan fuerte que de mis ojos brotaron miles de lágrimas que cesaron cuando aquel violín, interpretado magistralmente, dejó de sonar.


6 de noviembre de 2011



lunes, 9 de marzo de 2015

Insomnio


"Noches de insomnio que no me permiten soñarte”, escribió en su libro de recuerdos.





viernes, 6 de marzo de 2015

Fotografía


Mirando fijamente su sonrisa en aquella fotografía le dijo: - Cuando quieras regresar está bien, espero estar aquí. 


miércoles, 4 de marzo de 2015

Inviable


Le dolió leerla, pero entendió que intentar cambiar el rumbo de la vida no era viable, dio la espalda y siguió su camino.