Le fueron
arrebatados sus sueños.
viernes, 30 de enero de 2015
jueves, 29 de enero de 2015
sábado, 24 de enero de 2015
Sentimientos encontrados
Sentado en una silla de madera
con bases de hierro, en aquel parque en el que sobresalen las figuras
regordetas del maestro Fernando Botero, en el centro de aquella ciudad ajena,
esperaba el mensaje de la mujer de hermosa sonrisa.
Se habían fijado las dos de la
tarde como hora máxima para acordar el encuentro. Los sesenta minutos de espera
en esa silla se hacían eternos. Miraba con cierta frecuencia el reloj, revisaba
los mensajes en su celular y, debido al bullicio en el entorno, observaba de
reojo la pantalla con la ilusión que la anhelada llamada finalmente fuera una
realidad.
El tiempo corría y perdía las
esperanzas. Parecía que esa tercera vez en la que se verían, no era posible. En
su interior, los sentimientos encontrados hacían de las suyas. Un par de horas antes había experimentado un enorme dolor. La lucha
personal emprendida hace casi año y medio parecía llegar a fin.
La sola idea de no verla le
agregaba algo más de sal a la herida. Era quizás la última vez que se
encontrarían y se lo dijo con énfasis en aquel mensaje en el que le insistió
que quería compartir con ella así fuera unos instantes. Tal vez no habría un
mañana para regresar.
Y es que el episodio vivido
apenas un par de horas antes y aquel incidente que experimentó una semana atrás
en el que casi pierde la vida, incrementaron sus deseos por tenerla frente a
frente, de volver a verla sonreír, de intercambiar nuevamente unas cuantas
palabras, pero sobre todo de sentirla a través de un abrazo o de un beso.
Los minutos se hacían eternos, la
ansiedad se apoderaba de su interior, perdía la fe. Se estrechaba el tiempo, la
espera producía un caos, el mensaje no llegaba.
Entre tanto, cientos de personas
pasaban frente a él, el vendedor de
refrescos, el policía que vigilaba el lugar, el hombre y la mujer que
regresaban a su sitio de trabajo, el extranjero que disfrutaba de sus vacaciones,
la niña que jugaba a las escondidas con su mascota entre las figuras de Botero.
Bastaba con levantar un poco la
mirada para observar el paso de los vagones del metro o mirar el cielo azul.
Una mujer de unos cincuenta años que estaba sentada a su lado le preguntó si
conocía el sector de Aranjuez o un barrio cuyo nombre no logró entender. Le
respondió que no era de esa ciudad, que estaba de paso y que ya en unos minutos
se desplazaría al aeropuerto para regresar a la capital que lo vio nacer.
Eso lo distrajo un poco de su
insistente mirada al reloj y al celular. La mujer se levantó de la silla, se
despidió y se perdió en el horizonte. Él volvió a lo suyo. La angustia volvió a
él. Los minutos seguían pasando y aunque, aparentemente lentos, la ansiedad lo
consumía rápidamente. El temor se apoderó
de su interior, la hora prevista estaba por llegar. El plazo estaba por
vencerse.
Revisaba unos documentos cuando
un mensaje llegó a su celular, dirigió su mirada a la pantalla. Era ella. Diez
minutos antes de la hora sentenciada finalmente pudo leer el mensaje que tanto
esperaba. Sì habría un tercer encuentro con la mujer de hermosa sonrisa.
A la espera en el Parque Botero
se sumaba otra en el sitio acordado. Era un lugar tradicional ubicado en la
zona peatonalizada de la avenida Junín. Se sentó en una de las sillas ubicadas
cerca a la entrada principal para observar el momento en el que ella haría su
ingreso. Los minutos se volvieron nuevamente eternos. La ansiedad por saber si
se produciría el encuentro se transformó ahora en la ansiedad por verla. Volvía
a mirar con insistencia el reloj.
La mujer de hermosa sonrisa llegó
al lugar. Él se paró de la silla. Se dirigió hacia ella. Alcanzó a ver que los
comensales de la mesa vecina los miraron. Se saludaron con un beso. Se sentaron
y ordenaron un jugo de mandarina. Repasaron lo sucedido horas antes y
analizaron las posibles decisiones que debían tomarse. También hablaron del
episodio ocurrido días atrás. Ella recordó que vivió de cerca una situación
similar.
El tiempo que antes iba lento
ahora parecía correr con rapidez. Era un contrasentido. Las palabras se
atropellaban, había mucho por decir. Se cuestionaron por decisiones anteriores,
se defendieron por haberlas tomado. Se preguntaron si acaso como consecuencia
de esas decisiones se habían alejado un poco o si los silencios eran producto
de alguna molestia.
Fueron cuarenta minutos
excesivamente cortos que se atropellaban así como las palabras. Se dijeron
tantas cosas como tantas se quedaron sin decir. Él la miraba como la primera
vez. Ella preservaba la sonrisa, aquella que él observaba con frecuencia en la
fotografía que guardaba como un tesoro.
El final del encuentro cayó sobre
ellos como una guillotina. Llegó la hora
de la despedida. Pagaron la cuenta y salieron del lugar. Caminaron apenas unos
metros, se detuvieron. Ella le señaló el lugar donde podría tomar el transporte
rumbo al aeropuerto. Quedaron frente a frente y se despidieron. Se despidieron
dos veces como si no quisieran que el momento fuera real.
En el fondo él no quería irse ni
que ese instante se convirtiera en un adiós, sintió el beso en la mejilla. Ese
beso lo estremeció, por eso no quiso mirar atrás. No quiso verla esfumarse
entre cientos de personas que caminaban por el lugar. No quiso guardar en su
memoria esa figura diluyéndose en el horizonte. No quiso ver cómo la mujer de
hermosa sonrisa desaparecía de su vista quizás por última vez.
viernes, 23 de enero de 2015
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