domingo, 5 de octubre de 2014

Cinco lunas después

El sol entraba por la ventana de su habitación mientras el hedor se acumulaba después de cinco lunas en que apareció la muerte para mitigar su dolor.

Se había refugiado hacía varios días en su habitación sin que nadie notara su ausencia. Había decidido entregarse voluntariamente a los brazos de la muerte para que se llevara consigo el enorme dolor que padecía desde unos cuantos meses atrás.

Días antes de ejecutar su osadía, que algunos llamarían cobardía, caminaba por las calles tratando de encontrar la respuesta a una ausencia que lo atormentaba, una ausencia que, acompañada de un silencio, se conjugaban como una mala pasada que lo llenaban de sinrazones y que lo llevaron a guarecerse en su soledad.

Recorrió caminos andados, visitaba los lugares que alguna vez fueron compartidos y cerraba los ojos en cada uno de ellos para reencontrarse. Algunas veces sonreía y se dejaba llevar por el recuerdo. Se sentaba en la misma silla, le pedía al mesero el mismo plato de comida, simulaba una conversación, se dejaba llevar y hablaba consigo mismo del sueño que se había convertido en pesadilla.

Había momentos en los que el recuerdo le atropellaba la cabeza, momentos en los que la conversación consigo mismo se transformaba en palabras que se clavaban como una estaca en su corazón y momentos en los que daba rienda suelta a las lágrimas. Repasaba conversaciones que sostuvo con su pasado y se preguntaba cómo pudo haber creído que era posible un futuro.

Aunque el corazón no volvió a latir más fuerte ni las mariposas revoletearon en su estómago cuando regresaba a los sitios compartidos, estos hacían parte de un pasado doloroso que nunca superó y los repasaba para tratar de encontrar las respuestas que nunca encontró.

Ese sueño de futuro convertido en pesadilla le golpeaba fuertemente la vida. La misma que había entregado en cuerpo y alma en la búsqueda de un sueño que se hiciera realidad. Es que su existencia se apagaba cada vez que venían a su mente las promesas jamás cumplidas, hubiera preferido un segundo adiós a ese silencio y a esa ausencia.


Ya cansado de tantos días dedicados a recorrer caminos andados, decidió esconderse en las cuatro paredes de su cuarto. Después de cinco lunas el hedor dio señales inequívocas que su existencia se había extinguido. El legista encontró en su mano izquierda una nota con un título inconcluso: “Carta a un hijo….”. Lo que nadie supo es que el día en que se entregó voluntariamente a la muerte, sonrió con la satisfacción de la vida cumplida.















No hay comentarios:

Publicar un comentario